BAILANDO ENTRE CIBORGS
AND YOU KNOW SOMETHING’S HAPPENING BUT YOU DON’T KNOW WHAT IT IS.
Do you, Mr. Jones?
( Y algo está ocurriendo, pero no sabes lo que es, ¿no es así, Mr. Jones? ) De «Ballad Of A Thin Man», de Bob Dylan
Probablemente al bardo de Minesotta no le preocupe pero parece cercano el día en el que tenga que competir en el mercado discográfico contra discos realizados por robots. Ya podemos escuchar temas como el ‘Daddy’s Car’, compuestos por inteligencia artificial. Aún con intervención humana en la posproducción, estos algoritmos probablemente no van a tardar en ser autosuficientes para crear sus propias coplas. Está cantado que el futuro ya está aquí. Las grandes empresas lo saben. Alemania lo sabe y por ello en Stugartt se está desarrollando el “Cyber Valley”, réplica europea al “Silicon Valley”, con una importante inversión en la investigación de inteligencia artificial por parte de los gigantes empresariales.
La pregunta es ¿Aquí lo sabemos? Algo está pasando y no sabes qué es. ¿O sí?
CONVERSACIONES A LAS SEIS
En el debate mantenido en el SPECTRUMFEST el pasado 14 de Diciembre, Elena Herrera reflexionaba sobre si los nuevos modos de consumo musical permiten ampliar los gustos de los oyentes debido a su amplia oferta musical o si las plataformas de streaming simplemente se limitaban a perpetuar los gustos del consumidor sugiriéndole, big data mediante, un abanico de grupos similares cumpliendo así una función análoga a la de las radios tradicionales.
La canción fue creada por investigadores de Sony. Usaron el software Flow Machines de la compañía para analizar una base de datos de aproximadamente 13,000 canciones de diferentes géneros en todo el mundo.
Héctor Gil se preguntaba en su intervención por la ausencia de canciones modernas asociadas a la nueva política, relacionando dicha ausencia con una producción cultural orientada a exaltar el individualismo en lugar de generar lugares comunes que permita el consumo colectivo de cultura.
El avasallador ritmo de consumo cultural también preocupaba a los asistentes. Así Penélope Aboli profundizaba acerca de la relación de la música con el tiempo y la memoria y como la música está hecha de tiempo y necesita de tiempo para experimentarse, para ser vivida.
La aspiración de la tecnología a ser un fin y no un medio, la interdisciplinaridad derivada de la fragmentación y el hecho de que la renovación tecnológica no haya supuesto una renovación cultural fueron las preocupaciones que guiaron la intervención de Sandra Myers.
Si no puedes con el enemigo únete a él. El músico Nigel Standford publicó el año pasado un vídeo en el que podemos verle interpretando una canción con robots industriales por compañeros de banda. No parece descabellado suponer que en el futuro otros músicos tomen su ejemplo y ante la compleja perspectiva de tener que cuadrar horarios y consensuar las decisiones grupales con otros compañeros de profesión opten por aliarse con robots.
Rafael Martín nos interpelaba acerca de la composición automática, del software programado por el ser humano para emular músicas preexistentes y del software diseñado para realizar análisis cuantitativos, tratando de encontrar dónde reside la emoción en la música.
Respecto a nuestra relación con la música como público, Gema Herrero orientó su exposición en torno al origen de la emoción y al descubrimiento de la experiencia colectiva como generadora de nuevos estados de conciencia, de cómo las “emociones conectadas” de esos estados de experimentación colectiva no están pasando desapercibidos para las industrias, que a través de ciertos proyectos de investigación, fijan el foco en estos acontecimientos como campo de trabajo para posibles futuros escenarios de consumo, del uso de las nuevas tecnologías por parte de grupos musicales para conseguir una experiencia inmersiva generando con ello un nuevo espacio de experimentación en el público y de cómo el internet de las cosas parece encaminarse hacia el internet de las “experiencias”.
Acromatopsia. Así se llama la enfermedad que impide ver los colores y con la que nació el artista Neil Harbisson, considerado el primer cyborg del mundo . Lejos de conformarse con ver el mundo en una escala de grises, Neil Harbinsson tiene un dispositivo instalado en su cabeza que detecta la frecuencia de color frente a él para enviarla a un chip ubicado detrás de su cabeza, permitiéndole oír el color a través de la conducción ósea. Harbisson escribe música a partir de los colores que escucha a través de su dispositivo y pinta cuadros basándose en la frecuencia de los colores que emiten las voces humanas, en el que constituye uno de los ejemplos más alucinantes de integración de tecnología en el cuerpo humano. Una anomalía transformada en potencialidad, la acromatopsia revertida en sinestesia, en esta intersección o punto de encuentro entre tecnología, arte y ciencia .
José Luis Troyano criticó las voces que abogaban por paralizar la investigación en inteligencia artificial y apostaba por un aprendizaje que nos permita dominar a la máquina en esta carrera entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana. No son pocas. Los científicos, Stephen Hawking entre ellos, que han alertado de los peligros que esconden los avances en inteligencia artificial. No se pueden poner palos en las ruedas del progreso pero resulta indispensable pararse a reflexionar sobre el mismo. ¿Quiénes comandan este progreso? ¿A quiénes va a beneficiar?
“La emoción es innovación” afirmaba Julián González al tiempo de que nos alertaba de que la creación de nuevas herramientas tecnológicas en el campo musical, el metalenguaje, conlleva la creación de nuevas emociones, nuevos insights.
La innovación tecnológica hace posible que un gran número de gente tenga lo oportunidad de hacer música de manera intuitiva, hacer música por disfrutar del propio proceso de creación, nos contaba Marta Barriuso.
La democratización de la posibilidad de realizar música ha provocado la ausencia de un canon musical del que partir y, sobretodo, contra el que ir, según nos avisaba Irene. Además incidía en lo problemático que resulta que el consumo marque el éxito y el éxito determine la emoción con la que nos relacionamos con la música.
María Del Mar Ocaña, coordinadora de este tema, nos invitaba a la necesidad de pensar por qué se conceptualiza de una manera y no de otra, cuando partimos de conceptos previos a la creación de la inteligencia artificial y a la planificación de algoritmos que determinan el éxito de nuevas creaciones.
Penélope Abolí manifestaba su preocupación sobre la tecnología, espoleada por los mercados, usada con el fin de recrear experiencias para adentrarse en el misterio de las emociones. En la misma línea Julián González afirma que el ser humano es un soporte de emociones.
Carolina Espinoza nos advertía del grave peligro que supone que se haya dejado en manos del capitalismo a ultranza el discurso detrás de los videoclips y de los contenidos musicales. Así mismo hacía un llamamiento a revalorizar el silencio en un mundo en el que las máquinas suenan incluso cuando no están siendo utilizadas.
Deberíamos hacer caso a las sabias palabras de Carolina, teniendo en cuenta que la revolución tecnológica va a más y los robots no tienen intención de irse con la música a otra parte. Nuestra relación con las tecnologías es especular, no podemos pedirle a las máquinas que sean mejores que nosotros mismos y sin la debida reflexión y rigor corremos el peligro de que los avances en este campo nos muestren el reflejo de nuestra propia mediocridad. Y aquí no estamos haciendo conjeturas sobre lo que va a suceder, hablamos de lo que ya está ocurriendo, de lo que ha ocurrido, por mucho que algunos no se quieran enterar el futuro ya es cosa del pasado.
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