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lo fundamental para comunicar es TENER ALGO QUE DECIR…

Algunas ‘evidencias científicas’ sobre la comunicación eficaz.

En estos momentos tan complejos, tan dramáticos, conviene recordar las pautas que desde hace muchos, muchísimos años, se han considerado los fundamentos esenciales para comunicar con rigor, con honestidad y con eficacia.

Son reglas sencillas, basadas en la teoría y en la experiencia, que podrían ayudar a los portavoces de instituciones y partidos políticos a, por lo menos, no perjudicar aún más la salud mental de los sufridos confinados.

Para empezar una obviedad: comunicar no consiste solo en emitir mensajes, sino en que éstos sean útiles y lleguen con claridad a los destinatarios. Por lo tanto, lo fundamental para comunicar es TENER ALGO QUE DECIR… Algo que sea veraz, útil, nuevo, interesante, actual. Parece una perogrullada y sin embargo, bastantes portavoces que ahora acaparan mucho tiempo en los medios de comunicación aunque no tienen nada que decir… lo dicen. Y lo dicen con entusiasmo, encantados de su facundia y su verborrea incontenible. Llenan de palabras vacías el espacio, repiten hasta la saciedad hechos y datos ya conocidos o sin interés para su auditorio y tratan de solemnizar, con frases aparentemente rotundas, la vaciedad de su discurso.

Algunos de esos portavoces seguro que tendrían algo que decir…, pero no quieren, no pueden o no saben decirlo, y por lo tanto se prestan a actuar en sus comparecencias de ‘secundarios con frase’ para hacer bulto y rellenar con la nada convertida en palabras el espacio y el tiempo.

La segunda característica de una buena comunicación es DECIR LO QUE SE QUIERE DECIR CON EFICACIA. Adaptando el mensaje al público al que se dirige el portavoz y al medio que se utiliza, pensando siempre en el destinatario y en sus intereses, sus miedos, sus dudas y sus aspiraciones.
La sencillez es la clave de la comunicación cuando nos dirigimos a públicos masivos. Sencillez en el número de mensajes y en su complejidad. Sencillez en el lenguaje y en la construcción gramatical. En resumidas cuentas, es imprescindible buscar por encima de todo la claridad para que los mensajes que hemos escogido por su interés sean accesibles y comprensibles para la audiencia.

Hay que reconocer que eso es especialmente complicado en la televisión. Un medio con gran capacidad para transmitir emociones, sensaciones, pero con muchas dificultades para comunicar ideas y razonamientos.
Por lo tanto, es muy negativo para una comunicación eficaz, enrollarse, divagar, multiplicar los argumentos, eludir los temas importantes escondiéndolos detrás de frases interminables, sin puntos y con indescifrables oraciones subordinadas de subjuntivo. También hay que ser muy austero en el uso de datos. Solo los imprescindibles, los que sirvan para contextualizar y ayudar a comprender mejor los mensajes. Lanzar un aluvión de cifras a la audiencia con el fin de crear confusión y ocultar las cuestiones verdaderamente importantes es una táctica que, si se repite con asiduidad, contribuye a la pérdida de credibilidad de los portavoces, un valor esencial que hay que cuidar, especialmente en las situaciones de crisis.

La fugacidad de los medios audiovisuales y su dificultad para transmitir conceptos, ideas elaboradas, aconseja reiterar la parte fundamental de nuestro discurso, incorporando recursos como son el empleo de ejemplos o comparaciones que ayuden a subrayar, a ‘blindar’, los mensajes más importantes. Reiterar sí, pero nunca repetir cansinamente los mismos argumentos con las mismas palabras. Las asociaciones ecologistas deberían estar atentas en estos días a la protección de determinadas especies animales porque nunca se habían mareado tantas perdices ni aburrido a tantos rebaños de ovejas como en estas semanas.

Y el último consejo para una comunicación eficaz es que, una vez dicho lo que se quería decir…hay que CALLARSE.

El escritor y político Julio María Sanguinetti aconsejaba a los oradores (portavoces) que fueran pensando en dar por finalizadas sus intervenciones cuando notaran que una parte significativa de su auditorio les había dejado la cara…, pero se habían ido. Es decir que, aunque no se movieran de sus asientos y miraran con los ojos muy abiertos al orador, la cruda realidad es que la imaginación de esos asistentes se habría bilocado, huyendo hacia otros paisajes más interesantes y atractivos. Las facilidades que tenemos en casa para eliminar a los pesados de nuestra vida es muy amplia: el zapping, atender a otras pantallas, llamar por teléfono o directamente dejarles la cara e irnos, en este caso sin tener que disimular los bostezos, las cabezadas ni los ronquidos.

 

Hay que reconocer que para algunos, o muchos, no es fácil cumplir este último consejo de callarse a tiempo…“Quiero reiterar”, “Me gustaría insistir”, “Antes de terminar tengo que recordarles una vez más”, “No quisiera acabar sin agradecer de nuevo…”. Resumir lo dicho está bien, pero dedicar más tiempo a los agradecimientos y a las conclusiones que al discurso central es una crueldad añadida para esa parte del auditorio que haya resistido heroicamente hasta el final nuestra intervención. Muchas veces, los portavoces muy pesados incluso llegan a perder el hilo, divagan desorientados y no saben cómo acabar. Los mayores errores y las imprudencias más graves las he presenciado al final de una comparecencia, cuando el orador se introduce él mismo en un frondoso jardín de ideas desordenadas, en un laberinto de palabras del que no consigue encontrar la salida.

Y para terminar, una última advertencia: no conviene tutear a la audiencia en comparecencias públicas y menos aún a los periodistas (salvo en situaciones muy especiales). Esas familiaridades pueden interpretarse o bien como paternalismo o como un intento de ‘colegueo’ con los chicos y chicas de la prensa. Algunos expertos consideran que el tuteo en muchas ocasiones es una táctica premeditada para aparentar humildad, empatía y cercanía en personajes que son en realidad altaneros, prepotentes y soberbios. Tampoco es recomendable agradecer las preguntas de los periodistas, ni apostillar con frases manidas como ‘me agrada esa pregunta’, ‘muy interesante la cuestión que plantea”… Eso lo hacían en los tiempos de Franco algunos ministros en las contadas ruedas de prensa que se celebraban en TVE. Un funcionario del departamento de ‘Prensa y Propaganda’ repartía previamente las preguntas a los periodistas; casi todos las leían disciplinadamente y el ministro, que también traía escritas las respuestas, iniciaba su contestación invariablemente con un ‘Me agrada que me haga esa pregunta’ o, con una variante más impúdica: “Me sorprende su pregunta”…

 

No creo que ahora ningún periodista esté dispuesto a pactar el cuestionario con su entrevistado, aunque el tuteo, los agradecimientos y la familiaridad en el trato con los informadores (Chema, Inma, Toni…) podrían incrementar las sospechas de conchabeo entre aquellos mal pensados, que no posean la ingenuidad y la bondad innata de un servidor. El mejor agradecimiento que se puede hacer a un periodista es contestar a sus preguntas si las cuestiones planteadas son pertinentes y se corresponden con las inquietudes de los ciudadanos a los que representan los comunicadores honestos.

Eduardo Gcía. Matilla. Experto en temas de comunicación

 

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